Una revisión científica calcula que el 24% de los adolescentes que usan dispositivos personales de audio y casi la mitad de los que acuden a espacios ruidosos, como las discotecas, corren el peligro de perder audición por tener prácticas de escucha inseguras.
Unos 25 decibelios son una conversación en voz baja en una biblioteca. A 50 o 60 decibelios suena el tráfico de una calle fragorosa y, a más de 100, está una discoteca o el ruido de una taladradora. Para la comunidad científica, toda exposición prolongada a un sonido que supere los 80 decibelios empieza a poner en riesgo la salud auditiva, ya sea a corto, medio o largo plazo. El oído sufre y se daña. Una revisión científica publicada en la revista British Medical Journal Global Health calcula que entre 670 y 1.350 millones de adolescentes y adultos jóvenes en el mundo están en riesgo de perder audición por exponerse a prácticas de escucha inseguras. En concreto, el 23,8% de los jóvenes que emplean dispositivos de audio personales a intensidad elevada, como música alta por los auriculares, y casi la mitad de los que acuden a lugares de entretenimiento ruidosos, como bares o discotecas, corren peligro de sufrir algún tipo de sordera o daño auditivo. Los expertos advierten de “la necesidad urgente” de impulsar hábitos de escucha seguros.
En el daño a la salud auditiva influye la intensidad del ruido y el tiempo de exposición. Según un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS), las personas que usan dispositivos de audio portátiles pueden exponerse, en 15 minutos de música a 100 decibelios, al mismo nivel de sonido que un obrero del sector industrial en una jornada de ocho horas de trabajo a 85 decibelios. Los límites de volumen del oyente típico están entre los 75 y los 105 decibelios, unos umbrales que, para la OMS, son “motivo de preocupación”.
La intensidad y el tiempo de exposición van de la mano y, aunque el umbral de susceptibilidad varía en cada persona, alcanzar altos decibelios durante un largo tiempo pasa factura a la salud. En concreto, es la cóclea, esa estructura en forma de caracol en el oído interno, la que más acusa el impacto del ruido: sus células ciliadas, que son las que transmiten la información al cerebro a través del nervio auditivo, sufren esa exposición y cristalizan el daño, por ejemplo, a través de los acúfenos (un pitido intenso en el oído). La OMS estima que más de 430 millones de personas en el mundo tienen una pérdida auditiva discapacitante.
Los autores del estudio consideraron prácticas auditivas inseguras exceder, por ejemplo, los 80 decibelios durante 40 horas semanales. Y se focalizaron en dos fenómenos de riesgo: el uso de dispositivos de audio, como teléfonos móviles o reproductores de música con auriculares, y la asistencia a lugares de entretenimiento ruidosos, como discotecas, bares o clubes. Los científicos revisaron la evidencia disponible desde principios de siglo en cuatro idiomas y recopilaron una treintena de estudios a partir de los cuales podían recalcular la prevalencia de jóvenes expuestos a prácticas auditivas de riesgo.
Tras analizar la muestra y teniendo en cuenta que la población global estimada de personas de entre 12 y 34 años es, en 2022, de 2.800 millones, los investigadores concluyeron que entre 670 y 1.350 millones de personas en todo el mundo “podrían estar en riesgo de pérdida de audición debido a prácticas de escucha recreativas voluntarias e inseguras”. “Si las personas están expuestas a sonidos fuertes, las células sensoriales y otras estructuras en el oído pueden fatigarse y eventualmente dañarse. La fatiga de las células sensoriales a menudo resulta en tinnitus [acúfenos] y/o pérdida temporal de la audición. Si las personas están expuestas regularmente a sonidos fuertes o prolongados, este daño puede volverse permanente, lo que puede provocar una pérdida auditiva irreversible, tinnitus o ambos”, explica Lauren Dillard, investigador postdoctoral de la Universidad de Carolina del Sur y autor del estudio.
Los científicos consideran que estas cifras de prevalencia son “altas”, aunque admiten que el cálculo es “aproximado”. La heterogeneidad de los estudios incluidos en la revisión y “la falta de una metodología de investigación estandarizada”, asumen, son limitaciones de su investigación. Tampoco se incluyeron, por ejemplo, estudios en países de bajos recursos, así que es posible que la carga global “no capture las prácticas de escucha insegura” en estos países, confiesan. La disponibilidad de fuentes de información para evaluar la exposición a lugares ruidosos también fue limitada y es probable, reconocen, que haya “diferencias demográficas y personales” en la percepción del peligro y en los comportamientos de riesgo.
La horquilla de prevalencia de estas prácticas de escucha inseguras, si bien es muy amplia, no difiere mucho de lo que ya suponía la comunidad científica, admite Luis Lassaletta, presidente de la Comisión de Otología de la Sociedad Española de Otorrinolaringología. “Es difícil hacer una estimación, pero coincide con lo que pensamos. Este estudio viene muy bien para reforzar el trabajo de concienciación de los riesgos del ruido”, valora el experto, que no ha participado en la investigación. Jacinto García Lorenzo, jefe de Otorrinolaringología del Hospital del Mar, conviene, sin embargo, que la estimación global del estudio le parece “imprecisa”: “La calidad de la estimación de la exposición a los auriculares es mejor, pero es un poco exagerado que la mitad de la población mundial de esa edad está expuesta a niveles de ruido perjudiciales en los lugares de ocio”. El médico, que no ha participado en el estudio, insiste, sin embargo, en que la investigación será “relevante porque confirma que el ruido hace daño y que cada vez hay más exposición en ambientes de ocio”. La OMS estima que más del 50% de las personas de entre 12 y 35 años escuchan música a través de sus dispositivos de audio personales a un volumen que supone un riesgo para su audición.
En la práctica, el daño se puede traducir en pérdidas auditivas temporales o un tinnitus agudo (los acúfenos, que suenan como un zumbido o un pitido constante en el oído). Además, la exposición en etapas tempranas de la vida puede hacer que, a largo plazo, las personas sean más vulnerables a la pérdida de audición relacionada con la edad. En concreto, en los niños, los científicos también recuerdan que la pérdida de audición implica una reducción del rendimiento escolar, la motivación y la concentración. En adultos, las implicaciones de las deficiencias auditivas bailan entre un descenso del bienestar psicosocial hasta un mayor riesgo de dolencias graves, como el deterioro cognitivo.
La investigación del BMJ Global Health alerta también de llamada “pérdida auditiva oculta” o sinaptopatía coclear, que es como un paso previo al daño en las células ciliadas. “Se trata de gente expuesta a ruidos que, sin llegar a tener un daño real en las células ciliadas, tiene problemas previos en la conexión entre estas células y el nervio auditivo”, explica Lassaletta. En una audiometría tradicional, agrega, no se vería esta alteración; solo si se hace una audiometría en condiciones de ruido, se podría localizar este daño. “Pierdes calidad de la audición, no cantidad”, resume García Lorenzo.
Los autores admiten que las conclusiones científicas sobre la dimensión del impacto en la salud de estas prácticas es variable. De hecho, apuntan, “la evidencia que muestra asociaciones consistentes entre la exposición de los adolescentes al ruido recreativo y la pérdida auditiva permanente es escasa”. Dillard advierte, no obstante, de que en estudios experimentales se han detectado “daños fisiológicos en el sistema auditivo” tras la exposición a ruidos fuertes: “Inmediatamente después de la exposición, pueden aparecer signos de daño temporal, incluidos tinnitus y cambios en la audición, pero se resuelven en unos pocos días. Sin embargo, también hay alguna evidencia de que la exposición continua a ruidos fuertes puede causar daños permanentes a lo largo de la vida, pero esto puede ser difícil de medir porque los cambios en la audición a menudo son progresivos e incrementales, y puede ser difícil notar cambios en la audición durante largos períodos de tiempo”.
Sea permanente o temporal, el daño existe y ya se ve en las consultas, aseguran los expertos externos consultados. “Estamos viendo que la edad de presbiacusia [pérdida progresiva de la capacidad auditiva] se adelanta”, insiste Lassaletta. Este daño, junto a los incómodos acúfenos, tienen una repercusión más allá del ámbito auditivo. “Hay más riesgo de mala salud mental. El acúfeno es frecuentísimo, pero el que lo tiene de forma persistente, necesita, a veces, apoyo psicológico por el impacto que tienen”, añade el facultativo.
Fuente: El País